MAR

Mar. Aguas mansas o bravas, olas que rompen, rugido poderoso que sobrecoge el alma y calma el corazón.

Te observo desde la distancia, sobrecogido, y solo veo tu superficie, inmensidad azul que se extiende hasta el horizonte y se une con el cielo en matrimonio, matrimonio indisoluble que un día reveló la redondez de la tierra a los ojos de quien supo mirar. Fascinante imagen de azules que se mezclan, que atraen, que inspiran. Cuántos secretos atesoras, cuántas verdades que negamos, necios.

De ti, dicen, emergió la vida, vida que albergas y vida que se alejó y tomó conciencia propia, conciencia que ahora te contempla con ojos curiosos, intrigados: paradoja de la naturaleza la del ser creado que trata de comprender la esencia del creador.

Cuando me acerco, tan solo dejo que mojes mis pies descalzos mientras camino por la orilla, tierra firme. Pero solo al atardecer, cuando la arena de la playa ya no resulta abrasadora y el sol moribundo respeta mi piel. La brisa que me arrojas entonces en la cara, como una bienvenida, un saludo, llena mis pulmones y me refresca, me calma. Golpe de aire húmedo, salado, que acaricia mi rostro y me agita la ropa. Cordón umbilical invisible que nos mantiene unidos. Energía tangible que me recuerda de dónde vengo, quién soy, al tiempo que me pone sobre aviso; «no te acerques más, no te sumerjas, ya no estás preparado para el medio acuático, hostil para quienes ya no lo recuerdan» me dices. Por eso prefiero observarte desde la distancia.

En lo más hondo de mi ser todavía quedan restos de ese cordón. Puedo sentirlos, sé que están ahí. Pero hace tanto tiempo que fue cortado que te has convertido en un extraño peligroso. Cuántas vidas has tomado; cuántas te restan por tomar. Cuánta rabia acumulas por culpa de quien te ha envenenado, hijos traidores que un día fueron parte de ti y que ahora te devuelven el favor de la vida en forma de desechos, de plástico, podredumbre que mata tu esencia.

Mar. Te observo en la distancia, sobrecogido por tu grandeza. Pero también me sobrecoge tu miseria, tu tristeza, tu dolor. Y más aún me sobrecoge saberme causante de tus desgracias. Para esto no encuentro calma.

Mar. Gigantesco útero materno al que jamás podría regresar. Verdadero creador de la vida. Algún día aprenderemos de nuestros errores y pediremos perdón, trataremos de enmendarlos. Has de ser paciente hasta entonces. La humanidad, tu criatura, acostumbra a hacer las cosas importantes en el último momento, cuando el miedo abre sus ojos. Aguarda hasta entonces, no desesperes, que los hijos suelen llegar tarde. Pero no te hagas demasiadas ilusiones. A veces, incluso, llegan cuando ya solo resta llorar.

Mar. Tan solo dejo que me acaricies cuando camino por la orilla; mágica unión entre tierra y agua a través de mi cuerpo.

Mar. Me sobrecoges y me calmas; maravillosa contradicción que he tardado en comprender.

Siempre que mojas mis pies desnudos te doy gracias por ello y te pido perdón, en silencio, desde tierra firme.

Aure.

MAR: Un relato de Aurelio González publicado también en #MeGustaEscribir:

http://www.megustaescribir.com/obra/descargar/57253

Deja una respuesta